Lanzarote (IV): Parque Nacional de Timanfaya

domingo, 2 de abril de 2017

Timanfaya (Lanzarote, España)
Centro de Visitantes de Mancha Blanca


Timanfaya (Lanzarote, España)
Centro de Visitantes de Mancha Blanca


Timanfaya (Lanzarote, España)
Centro de Visitantes principal


Timanfaya (Lanzarote, España)
Valle del Silencio


Timanfaya (Lanzarote, España)
Ruta Tremesana


Timanfaya (Lanzarote, España)
Ruta Tremesana


Timanfaya (Lanzarote, España)
Cultivos de higueras en el lapili


Timanfaya (Lanzarote, España)
Ruta Tremesana


Timanfaya (Lanzarote, España)
Ruta Tremesana


Timanfaya (Lanzarote, España)
Ruta Tremesana


Timanfaya (Lanzarote, España)
Ruta Tremesana y mina de picón



"El día 1 de septiembre de 1730 , entre las nueve y las diez de la noche, la tierra se abrió en Timanfaya, a dos leguas de Yaiza... y una enorme montaña se levantó del seno de la tierra".
En España no estamos acostumbrados a tener grandes catástrofes naturales capaces de transformar totalmente una extensión significativa de terreno. No hay grandes volcanes, salvo el Teide, dormido desde hace siglos y ni se recuerda la última vez que un tsunami azotó nuestras costas. Tan sólo grandes temporales nos han afectado y ninguno de ellos es comparable a lo vivido en Lanzarote entre los siglos XVIII y XIX.

Con estas palabras que abren el post contaba Lorenzo Curbelo, párroco de Yaiza, lo que fue el inicio del mayor desastre natural de la historia de España. Las Canarias son una zona vulcanológicamente activa y en Timanfaya ocurrió el último gran episodio eruptivo.

Una cuarta parte de la isla, y buena parte de sus mejores tierras cultivables, desaparecieron bajo un manto de lava, ceniza y lapilis. Nueve pueblos desaparecieron y sus habitantes tuvieron que huir a otras partes de la isla y sobrevivir como pudieron, ante la prohibición inicial por parte del rey de abandonar la isla, temeroso de que esta fuese ocupada por los ingleses.

Más adelante se les permitió emigrar (y lo hicieron), pero aquellos que decidieron quedarse se enfrentaron a terribles hambrunas salvadas parcialmente con un ingenio que transformó los paisajes de la isla y aparecieron las higueras y los viñedos de La Geria y se explotaron zonas hasta entonces deshabitadas.

Andando el tiempo se fundó el Parque Nacional de Timanfaya-Montañas de Fuego, y aunque el territorio del parque se ha conservado magníficamente a lo largo de estos siglos era necesario asegurar su futuro.

El área administrada por el Parque no representa la totalidad de los campos de lava que surgieron aquellos días y aún estas partes fuera de su jurisdicción se conservan bastante bien. Y esto es así, básicamente, porque sería una locura tratar de construir o cultivar en buena parte de esta zona: toneladas y toneladas de escoria volcánica cubren esos terrenos y buena parte de ellos parecen totalmente estériles.

En el malpaís sólo algunos tímidos líquenes y algunas plantas invasoras, como la vinagrera, la aulaga o la tabaiba luchan por hacerse hueco allí donde pueden echar una raíz. En las montañas de lapili y en los islotes la vida se abre camino con más fuerza, pero siendo el clima tan árido y tan seco es un proceso extremadamente lento, a pesar de la creciente humedad que trae el cambio climático.

Visitar Timanfaya

Hay básicamente tres formas de visitar Timanfaya: en dromedario o en coche y autobús o a pie.

En dromedario tal vez es la manera más original por aquello de que en Europa no estamos acostumbrados a estos animales, pero por lo que veo no merece mucho la pena: 12 euros, 25 minutos a velocidad muy reducida y ya.

En coche es lo más normal. Consiste en llevar el coche hasta el centro de visitantes, previo pago de 9 euros por adulto y 4,5 por cada niño pequeño y una vez allí coger un autobús lanzadera que te lleva por una carretera de unos 14 kilómetros, haciendo brevísimas paradas, mientras una locución te va explicando lo que ves. Para los aficionados a la fotografía: paciencia. El bus no lleva las ventanas perfectamente limpias y además no se pueden abrir. No contéis con grandes fotos a pesar de estar en un paisaje absolutamente grandioso.

Es un trayecto bastante interesante pero que se hace corto y breve. Paras delante de algún jameo, delante de alguna zanja para ver los restos de roca derretida, como si fuera chocolate, paras delante de algún paisaje singular y de algún cono volcánico y la traca final es el Valle del Silencio, la parte más interna y espectacular del Parque. Parece como visitar un Marte gris.

Y eso es todo. El bus te deja en el centro de visitantes donde te harán demostraciones de alguna anomalía geotérmica lanzándole agua o quemando algo de paja.

Y lo que te queda es comprar souvenirs o comer, algo caro, en el restaurante El Diablo. La comida, cocinada con el calor del volcán, no es demasiado abundante pero, al menos el plato que tomé, está bastante buena. Mi única queja sería el servicio pero vamos a decir que son humanos, cometen errores y me tocó a mi ser el "olvidado" dentro de la mucha gente que había a esa hora. Donde no cometieron errores fue a la hora de cobrar, donde lo que había pedido (y no me trajeron) aparecía perfectamente facturado. Afortunadamente, tampoco cometieron errores al atender a mi reclamación y descontaron esa parte.

A pie es mi manera preferida de visitar Timanfaya. Es tal vez la más desconocida de las visitas al parque y, de muy lejos, la más interesante. Se trata de la Ruta Tremesana.

La visita no comienza en el Centro de Visitantes del restaurante, si no desde otro diferente, el Centro de Visitantes de Mancha Blanca, un pequeño edificio situado al borde de un campo de malpaís de lo más estéril que vi en Timanfaya y donde hay una pequeña exposición acerca del Parque y de su historia. Aunque no es necesario reservar con anticipación si vas en el primer turno (en mi grupo varios visitantes no aparecieron), es más que recomendable utilizar la web que ponen a tu disposición para ello. El coste es gratuito y el recorrido, de varios kilómetros, dura unas tres horas.

Si hace sol, recomiendo llevar bebida y si no estás acostumbrado a caminar bajo la solana, una gorra, sombrero o sombrilla. Y calzado cómodo. Unas zapatillas de deporte pueden valer si se anda con cuidado. Y si no hace mucho calor, no está de sobra llevarse algo de manga larga, porque la brisa es constante.

Lo primero que hay que saber es que el camino no empieza en el Centro de Visitantes. Desde ahí salen dos grupos de forma simultánea en todoterreno hasta ambos extremos de la ruta de forma que cada grupo se va en el todoterreno que trajo al otro grupo.

Una vez aparcado el todoterreno los guías te llevan por un camino del que no te puedes salir y te van explicando paso a paso todo lo que ves y responden a las preguntas de los visitantes. Es gente muy amable y muy profesional que hacen el camino muy ameno.

Por el camino verás zonas de lapili, algunos islotes (montículos que ya estaban ahí antes de la erupción y que no han sido totalmente cubiertos por lava o ceniza), alguna anomalía geotérmica y tramos de malpaís con lavas de tipo AA y pahoehoe. También podrás entrar en un jameo para ver cómo es un tubo volcánico reciente por dentro.

Mi recorrido terminó al lado de una antigua mina de picón, el lapili que los conejeros aprovecharon durante mucho tiempo para cubrir el terreno de sus fincas. De esta forma evitan que las malas hierbas las invadan, mientras aprovechan su capacidad de condensar el agua. En una zona tan árida toda ayuda es poca.

El Mapa
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